viernes, 14 de octubre de 2011

El Western Y Nuestras Infancias


Nos cegaba la polvareda que
desde Texas hasta Missouri,
pasando siempre por Almería de nuestro sur,
levantaban en su traslado las
diez mil cabezas de ganado.

En más de una ocasión cabalgamos por las
infinitas praderas
y nos conocíamos al dedillo el Cañón del Colorado.

Estuvieron a punto de matarnos
con las botas puestas,
éramos los octavos del Séptimo de Caballería
y nuestra fiebre nos hizo encontrar
oro en el río.

Tomamos café preparado por el viejo ranchero
y Marcial Lafuente Estefanía
en taza de lata,
se nos salieron las ruedas de la carreta,
nos cubrieron del frío la piel
del zorro y del búfalo
y convivimos con los Apaches y con los Sioux.

Fuimos el fugitivo y el sheriff
y el que ganó en el salón de juegos,
y uno de los del Pony Express que perdieron
en la carrera contra el caballo de hierro,
pero siempre en blanco y negro.

De todo, me quedo con la pipa de la paz
y con el haberme librado de la horca,
con aquel beso al final de la película
de nuestro héroe con la chica,
aunque nunca entendí el porqué
se fue después del beso ;

y me sigue frustrando el todavía
no haber logrado descifrar
aquel mensaje real,
de los verdaderos americanos,
impreso en aquella columna de humo;
sólo pude llegar a entender
que temían por su subsistencia.

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