Al nacer,
somos para todos un signo de admiración.
En nuestra juventud,
somos una continua interrogación.
Vivimos y punto y coma,
que si no comes, te mueres.
Envejecemos y somos punto… y aparte.
Y cuando morimos,
somos en la boca de todos, de nuevo,
un signo de admiración.
¡Qué ironía!
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